Se lo tenía muy callado. ¿Dónde andaría metido Sabina estos años? Se dejó ver de turné con Joan Manuel Serrat para los turistas que acaban de retirada en las cuevas de Luis Candela. Pero debía estar planeando venganza. Porque se la cobró en las Travesas vestido con lo que se dejó en casa el hombre del traje gris y un bombín que va con la dentadura, que es tan suya como mía.
Ahora parece un tercer extra de las películas del Missisipi o la encarnación de Pier Nodoyuna, pero sus zarpas estaban por todas las letras que había ayer por el pabellón, hasta las de las del talón que llevaba un sujeto esquivo con pinta de divo y aires de ladrón. Por eso no quería salir y se permitió el suspense de cantar la primera desde el asiento del coche, el baño o debajo del escenario. Aunque esto se ponga como se ponga el de marketing, no fue por el miedo que dijo que le tenía a esta última gira: ése lo guardaba en el cajón que le vació el ratero que se quedó con el rosario de mi madre y todo lo demas, cazadora de ante inclluida. Que ante o después tenia que pasar
Así que la gente le aplaudió hasta cuando no estaba y cuando estuvo le aplaudió como si se hubiese ido, y se nos metió a todos, a los 3.000 del público y a los otros 300 que parecía que los coló alguien de la tenencia o veníamos colados de casa, en el bolsillo de esa americana que no se hubiese puesto ni el pobre que ya no pedía ni la hora en la acera de enfrente.
Y cuando nos pirábamos por los aliviaderos un tío que me conocía de toda su vida me dijo “está bien el Joaquín” y yo le contesté: “hombre, ha llegado a la edad que aparenta”. Y me alegré. Que no contaba con ello ni el apuntador.
