JOSÉ MANUEL PENA. A estas alturas ya nadie pone en duda la realidad de la crisis económica, de empleo y de valores que vive nuestro país. Mientras la mayoría de políticos, organizaciones sindicales y empresariales parecen estar anclados en una nube, los millares de parados y familias humildes se las traen para poder llegar a fin de mes. Sin duda la economía sumergida es una válvula de escape importante para los que no pueden acceder a una relación laboral contractual o para los miles de desempleados que poco pueden hacer con los algo más de 400 euros mensuales.
Mientras esto sucede, varios jóvenes emprendedores, empresarios triunfadores y grandes multinacionales tratan de trasladar optimismo contra la crisis e infundir ánimo a la sociedad. Desde luego es fácil transmitir vitalidad y optimismo cuando no se es un trabajador mileurista o se está en paro, ni se tiene que acudir asiduamente a la cocina económica para poder llevarse algo a la boca. Los políticos no se congelan sus sueldos millonarios, las organizaciones sindicales parecen preocuparse más que se mantengan los fondos públicos para garantizar sus puestos de trabajo que de generar empleo entre los más de cuatro millones de parados a los que dicen representar. Algunas empresas aprovechan la coyuntura económica para sanear sus cuentas de resultados a costa de las ayudas públicas, mientras encubren despidos objetivos, para reducir la plantilla del personal fijo y que el Estado les reembolse el cuarenta por ciento del importe de las indemnizaciones.
Ya está bien de que sean los de siempre los que paguen las consecuencias de la crisis. Parece como si para los pobres y las personas sin recursos no cambiase nunca su situación, haya crisis o bonanza económica.