Z. ALONSO/vigoalminuto Grand Voyager.- Última escala del viaje. Portimao. Un pueblecito turístico del Algarve portugués de apenas 60.000 habitantes con playas kilométricas, paraíso de muchos surfistas. El cansancio comienza a hacer mella. Entre los cambios de hora, las excursiones y la animada vida a bordo del ‘Grand Voyager’cada mañana cuesta más levantarse y atender a las explicaciones que la directora de crucero, Beatrice, nos da.
Hoy el día promete ser tranquilo. Relax para ir haciéndose a la idea de que volvemos a casa. Atracamos temprano, a las 07 horas, aunque muchos pasajeros optan por no anotarse a ninguna excursión y pasar las 5 horas que estaremos atracados en Portimao paseando por el pueblo o haciendo la fotosíntesis en la Playa da Rocha, un complejo turístico inmenso a apenas cinco minutos en bus del muelle de atraque.
La vuelta al trasatlántico se convierte en una lucha por conseguir una tumbona en la piscina donde pasar el resto de la mañana aprovechando el buen tiempo que hemos tenido. A la salida de Portimao, el barco que tenemos atracado al lado nos despide con curiosidad. Un pequeño crucero, el Principe Albert II, con pasajeros ingleses a bordo que miran entre extrañados y envidiosos la alegre despedida que estamos haciendo los españoles. Congas, música, gente asomada a las barandillas para despedir el pueblo portugués y muchos cócteles para aplacar el calor.
El que ha tenido suerte, lleva el moreno como prueba de sus vacaciones. El que no aprovecha hasta el último instante e incluso come en la cubierta para no perder su plaza en la piscina. Después de la noche blanca de ayer, donde todos íbamos a cenar vestidos de forma impoluta, y de la noche caliente del día anterior, una siesta al sol es lo que más apetece. Ya nos quitará el sueño la vuelta a la rutina.