JOSÉ MANUEL PENA/ La igualdad de trato entre hombres y mujeres fue uno de los principios fundacionales de la Unión Europea en 1957 y una lucha constante desde hace medio siglo. A estas alturas la propia Unión Europea aún está en la obligación de considerar “expresamente inaceptable” la violencia contra las mujeres en todas sus formas y reconoce que en Europa son muchas las mujeres y niñas que sufren agresiones o explotación sexual. Son víctimas de la violencia doméstica o de abusos sexuales, de la trata y de la prostitución forzosa, o de la intimidación y la opresión, lo que supone vulnerar sus derechos fundamentales a la libertad, dignidad y seguridad e integridad personal.
Casos sangrantes, como los que habitualmente conocemos por los diferentes medios de comunicación, ponen en evidencia el compromiso real de la propia sociedad con la igualdad de género. Ya no se trata únicamente de una lucha obligada de las diferentes administraciones públicas y gobiernos sino que la propia sociedad continúa generando una prepotencia y un odio machista, a edades muy tempranas, difícil de controlar. La violación y asesinato de varias chicas menores de edad por parte de sus novios o de amigos de su misma edad nos debe hacer reflexionar sobre la sociedad que deseamos y los valores que estamos a transmitir desde la escuela y la propia familia a nuestros hijos.
Algunas personas siempre fuimos de la idea que poco vale educar a tus hijos en valores si a otros de familias poco comunicativas, pasotas o desestructuradas no lo hacen. Estos jóvenes, en cualquier momento, pueden hacer gala de sus actitudes violentas contra cualquier mujer, por el simple hecho de serlo. ¿Esta es la sociedad que queremos? Ciertamente es una cuestión muy preocupante, alarmante e injusta y que continuamos generando, en muchas ocasiones sin percatarnos de ello, más odio sobre las personas más débiles y sensibles de la sociedad.