JOSÉ MANUEL PENA/ Algunas personas ven la vida de otra manera cuando superan graves enfermedades. Cosas que antes pasaban desapercibidas ahora son realmente importantes. Placeres que les ofrece la existencia... son felices simplemente con una buena comida, un paseo por el parque, una tertulia con los amigos o compañeros de trabajo, una conversación con su padre, su hijo o un vecino…
Observan cómo merman sus fuerzas, decaen sus ilusiones, les cuesta levantarse de la cama, pierden la noción del tiempo y el dolor es cada vez más intenso. Gracias a algunos tratamientos y a los cuidados médicos muchas personas consiguen engancharse a la vida, mientras los menos afortunados se trasladan al otro lado en muy poco tiempo. Lo peor de todo es cuando la persona es consciente de su enfermedad y la soporta con “dignidad”, junto a sus familiares y demás seres queridos.
A pesar del cariño y del ánimo que le traslada constantemente su esposa e hijos, él se emociona fácilmente en la soledad de su habitación. Huye de mostrar sus sentimientos delante de sus familiares para no contagiarles su dolor. Es consciente de que, en pocas semanas, su vida llegará a su fin de manera cruel y prematura. Aún no tuvo tiempo de llevar adelante muchos de sus proyectos e ilusiones, ya no podrá ver crecer a sus nietos… Es consciente de que no pasará las próximas navidades.