JOSÉ MANUEL PENA/ Al parecer en nuestro país continúan existiendo más de 113.000 desaparecidos en fosas clandestinas y un número indeterminado de niños robados por la dictadura de Franco a sus verdaderas familias y entregados a otras. En ese período negro, de nuestra historia contemporánea, las palizas, venganzas, asesinatos y las persecuciones fueron constantes e implacables, como se puede comprobar en infinidad de publicaciones sobre las consecuencias de la Guerra Civil. Una de las últimas presentadas en la localidad coruñesa de Rianxo, con numerosos testimonios, entrevistas y documentos reveladores sobre lo padecido por muchos inocentes que perdieron su vida simplemente por venganzas políticas.
Todas las guerras son injustas y dolorosas, mucho más cuando se produce entre vecinos y compatriotas. La mayoría de los verdugos procedían de los propios pueblos, llenos de odio y por rencor llevaban adelante míseras venganzas. Paseaban a muchos vecinos y luego aparecían sus cuerpos abandonados en montes y carreteras, sin enterrar. La mayoría de estas pérdidas humanas quedaban impunes y, por si fuese poco, sus familias vivieron humilladas durante más de cuarenta años.
Muchos de estos verdugos eran personas ignorantes, fanáticas y sin escrúpulos a la hora de actuar, sin importarles demasiado el grado de culpabilidad del enemigo. Se vestían una camisa azul y envalentonados para ellos lo primordial era sembrar el pánico y derrotar al “enemigo”. Una época oscura a la que hay que dar luz para que no vuelva a repetirse, de ahí la importancia de la memoria histórica, sin ella difícilmente cicatrizarán las heridas de millares de inocentes.