JOSÉ MANUEL PENA/ Es muy habitual encontrarnos con individuos que piensan con los pies y catalogan a las personas según los bienes materiales que acaparan, haciendo suyo el refranero español de “cuánto tienes cuánto vales”. Así no es extraño que cuando por circunstancias personaless, familiares o de cualquier otro tipo cambia su situación patrimonial no son capaces de aceptarlo, llegando incluso a situaciones extremas.
Desgraciadamente, cada día, es más habitual leer, escuchar o ver en los diferentes medios de comunicación casos de suicidios, desapariciones o asesinatos de personas que pierden todos sus ahorros o sufren graves dificultades económicas y no son capaces de afrontar su nueva situación. En la mayoría de estos casos la debilidad, la falta de autoestima, la angustia y principalmente ante lo que dirán sus vecinos, familiares o allegados les lleva a una completa desesperación de la que no son capaces de salir.
Para prevenir muchas de estas situaciones sería necesario que la propia sociedad inyectase, a sus miembros, unos valores mucho más humanos en los que se fomente la alegría de vivir, la solidaridad y la humildad en detrimento de la prepotencia, el egoísmo y la riqueza como valores fundamentales de una sociedad cada vez más materialista e individualista.
Cada vez somos más lo que creemos que no hay patrimonio ni riqueza que pueda estar por encima de cualquier ser humano, pero para eso la educación y la formación son elementos esenciales.