En Nueva Zelanda ya empieza a hablarse de que los 29 mineros atrapados desde el viernes en la mina de Greymouth, pueden haber muerto. Ello se debe a que todos los trabajos, tanto para proporcionarles una vía de salida como para contactar, siquiera, con ellos están siendo infructuosos. Los responsables de la mina temen que toda ella sea, ahora mismo, una enorme bolsa de gases inflamables, gases que provocaron la enorme explosión que podría haber acabado con las vidas de todos los trabajadores que estaban en el momento bajo tierra.
A este hecho se une la imposibilidad de saber, por medio alguno, si los 24 neozelandeses, dos australianos, dos británicos y un sudafricano, que están atrapados están aún vivos. Para intentar confirmarlo se orada un hueco de 15 centímetros de diámetro y más de 150 metros de longitud, profundidad a la que estaban los trabajadores, por el cual se intentará meter una microcámara que llegue hasta el lugar donde se cree que podrían haberse quedado.
Ante este pesimismo, sólo una voz mantiene la esperanza, es la del primer ministro, John Key, quien está seguro de que “hay muchas posibilidades” de que los mineros se hubiesen resguardado en una bolsa de oxígeno, aunque, admitió que, de haberlo hecho, no sabe cuáles serán sus reservas de víveres y agua, si es que tuvieron posibilidad de llevarse algo de ello.