Kristianstad. Quédense con ese nombre, porque podría ser la ciudad más ‘verde’ del planeta. Hace una década se puso como meta dejar de depender de los combustibles fósiles y lo ha conseguido. Con unos 80.000 habitantes, esta ciudad sueca no utiliza ni petróleo, ni gas natural ni carbón como calefacción, ni siquiera durante los fríos e interminables inviernos nórdicos. Y no ha sido a base de paneles solares ni turbinas de viento, sino de cáscaras de patata, estiércol, aceite de cocina usado, galletas o intestinos de cerdo. Por el momento ya han eliminado la emisión anual de unas 64 toneladas de CO2.
Todo comenzó cuando una planta de las afueras empezó a transformar los desechos en biogás, que se puede quemar para generar calor o refinar para usar como ‘gasolina’ para el coche. A partir de ahí, la energía salió de todas partes: Kristianstad quema el gas que emana de un viejo vertedero y de estanques de aguas residuales, así como de los restos de la poda de los árboles de los residuos de madera de las fábricas de suelos.
Sin embargo, su costosa implantación ha tenido que ser financiada por el papá Gobierno. Sólo implantar el sistema de calefacción por biogás, incluida la construcción de una planta de incineración nueva, red de tuberías, generadores y la sustitución de hornos ha costado cerca de 144 millones de dólares. Aunque compensa: se ahorran cerca de 4 millones de dólares en calefacción municipal al año (más de la mitad de lo que cuesta la factura).
Ahora el próximo reto es conseguir que en 2020 las emisiones se reduzcan un 40 por ciento con respecto a hace 20 años y que el consumo de combustibles fósiles, ahora presente en el 60% del transporte, sea cero. Ya se está estudiando la posibilidad de construir plantas de biogás por satélite para las zonas periféricas y la ampliación de la red para tener más estaciones de servicio.