La víctima en este caso era el industrial finlandés Tor Borg quien enseñó a su perro Jackie a levantar la pata cada vez que se decía el nombre del sanguinario genocida. Para acabar con Borg, según la correspondencia de 1941 entre el Ministerio de Exteriores alemán y su embajada en Helsinki, se ordenó a los diplomáticos alemanes reunir pruebas en contra del chucho y planear la manera de acabar con la empresa de su dueño.