JOSÉ MANUEL PENA/ Algo está cambiando: quizás las movilizaciones pacíficas para demandar el inicio de las reformas democráticas en Túnez, Egipto, Yemen y Jordania nos alerta de que cuando la mayoría de un pueblo quiere puede transformar los destinos de un país. En la mayoría de estos países, con una amplia participación juvenil, solo desean vivir con un mínimo de dignidad y que todos los ciudadanos dispongan de unos derechos básicos. No podemos olvidarnos de que más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, mientas el poder económico pertenece a las elites del poder absoluto de los dictadores.
La esperanza y la ilusión en un futuro mejor despierta la conciencia de millones de ciudadanos y esto rompe con los cimientos establecidos en muchos países antidemocráticos, que hasta el momento estuvieron amparados bajo el beneplácito de algunos países ricos del norte. Se servían de estos ciudadanos para revitalizar sus economías y crear riqueza en sus propios países, mientras en los demás se mueren literalmente de hambre. No era ni es justo que unos pocos vivan a costa del trabajo y el sacrificio de la mayoría.
En un primer momento la libertad y la democracia no va a traer grandes cambios en esos países ya que chocará con la mentalidad y las creencias sociales, demasiado arraigadas, por una parte importante de la población que le costará adaptarse a un sistema libre, igualitario, justo y de pluralismo político. Pero el tiempo, a corto plazo, conseguirá que los ciudadanos comprendan que la soberanía reside en el pueblo del que emanan los poderes del estado y de ninguna voluntad dictatorial ni de ingerencia gubernamental exterior, como sucedía hasta el momento y sin que nadie moviese un dedo para evitarlo.