Mientras el féretro con los restos mortales de Manuel Fraga Iribarne ha abandonado ya Madrid rumbo a Perbes (A Coruña), en donde esta tarde se oficiará su entierro, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, ha hecho llegar los medios de comunicació un artítulo en el que ensalza la figura del presidente fundador del PP.
El jefe del Ejecutivo gallego durante 16 años falleció en la noche del domingo en su casa de Madrid a consecuencia de un paro cardíaco.
A continuación os plasmamos esas palabras del presidente de la Xunta, que su gabinete nos hizo llegar en las últimas horas:
Los sueños cumplidos del presidente (escrito por Alberto Núñez Feijóo)
En una fecha tan prematura como 1982, don Manuel Fraga Iribarne hacía una confesión que hoy resulta esclarecedora. “Me gustaría morir con alguna obra importante y duradera detrás, aunque no ignoro que a la postre todo es caduco, fugaz y pequeño”. Este deseo, expresado en su obra ‘España entre dos modelos de sociedad’, se ha visto colmado con creces porque la obra que deja detrás, como presidente de la Xunta, como padre de la Constitución y como fundador de unos de los principales partidos de la España democrática, es ya patrimonio de todos y, a pesar de la erosión que el paso del tiempo produce, quedará fijada en el futuro.
Estamos ante uno de los creadores de la España democrática y ante el hombre que insufló en la autonomía gallega el alma que Galicia estaba demandando. Manuel Fraga intuye la necesidad de una fuerza de centro-derecha unida y acorde con los tiempos. Pero no sólo aporta una teoría que nace de sus profundos conocimientos de la historia y de las ideas políticas, sino que se pone manos a la obra. Manuel Fraga cree en una Constitución que sea el hogar común de todos los españoles, y trabaja en ella con un celo admirable. Manuel Fraga imagina una España diversa, y pone su afán en articular un sistema autonómico armónico.
En todas las misiones en que se embarca, vemos combinadas las dos facetas que distinguen al hombre que nos acaba de decir adiós. Tenía dotes sobradas para ser un erudito, un teórico del Estado, un profesor de los que hacen escuela. Podía haber sido, en suma, un espectador privilegiado de la realidad, alejado de los peligros y sinsabores de la política práctica. Sólo con eso hubiera tenido un lugar señalado en la historia. Sin embargo, don Manuel se implica.
Quiere que su sabiduría política sirva para resolver problemas y no sólo para enunciarlos. Frente al modelo del estudioso encerrado en su cátedra, y al hombre de acción sin tiempo para la reflexión, Manuel Fraga conjuga de forma constante las aportaciones teóricas y la praxis. Tan pronto lo vemos desentrañar el pensamiento de Antonio Cánovas o Alfredo Brañas, como batallar en el Parlamento o terciar en las luchas partidarias. Su vida es intensa, pero su inconformismo es ilimitado.
No se siente satisfecho con ser un ilustre profesor, y tampoco descansa tras haber atravesado el desierto y conducido al centro-derecha español a una unidad que parecía quimérica. Tenía una asignatura pendiente que se llamaba Galicia. Cuando en su primera toma de posesión como presidente de la Xunta afirma que toda su vida ha sido una preparación para ese momento, ofrece la mejor explicación a quienes no entendían entonces el porqué de su aventura gallega. Al igual que en las repetidas historias del emigrante retornado, don Manuel se reencuentra con su tierra.
Si el emigrante tradicional se esfuerza por dejar en su pueblo un legado en forma de escuela, fuente o monumento, Manuel Fraga trae consigo su experiencia de hombre de Estado. Le da a la autonomía gallega lo que Galicia precisaba en aquellos tiempos convulsos: no sólo infraestructuras, sino también orgullo. Les hace ver a sus paisanos que son capaces de grandes logros, los une en torno a objetivos ambiciosos, logra que sus señas de identidad se luzcan con naturalidad y sin conflicto.
No hay precedentes de un dirigente democrático que haya logrado una adhesión tan alta de su pueblo. La explicación está en que la identificación de Manuel Fraga con Galicia no sólo es política sino sobre todo emocional. Encarna un galleguismo cercano, sin sofisticaciones, accesible a todo aquel gallego dispuesto a trabajar por su país. El hombre del que se decía que su cabeza era capaz de abarcar al Estado, demuestra en Galicia que también tiene cabida para el alma de su gente.
Las obras que deja Manuel Fraga son importantes y duraderas. La Galicia de hoy tiene en su paisaje la huella imborrable de don Manuel. La España de nuestros días es, en gran medida, consecuencia de su tesón. La mayoría natural que él preconizaba está en la mayoría de las instituciones estatales, autonómicas y municipales con más intensidad que nunca en la historia. Tuvo la fortuna de ver consumados en vida los sueños que concibió en medio de las dificultades. Tengo la certeza de que la gran mayoría de los gallegos y españoles sentirán en estos momentos agradecimiento por el hombre que se fue. Estoy seguro también de que el vaticinio de don Manuel no se cumplirá, y que el legado que nos deja no será fugaz sino permanente.