Puede que Adolfo Suárez no pase a la historia por ser un buen gestor, su etapa al frente del Gobierno no fue especialmente brillante en este aspecto, pero sí que tenía otras cualidades de las que carece la clase política que le sucedió: era prudente, tomaba decisiones políticas, lo hacía rápido y sabía llegar a acuerdos. Nada de esto lo heredaron quienes le siguieron.
Suárez, que cumple este martes 80 años, fue capaz de convencer al Partido Comunista (PCE) de que aceptara al Rey, la bandera del Régimen, de que se dejara llevar hasta las elecciones por unas cortes franquistas y de que mantuviese a su gente en casa en momentos críticos, como los asesinatos de los abogados laboralistas en sus despacho de la calle Atocha.
Fue capaz de legalizar al PCE sin consultar con los militares, a los que les dio la noticia y la ley ya hechas. Tejió los ‘Pactos de la Moncloa’, un acuerdo impensable en el resto de la democracia. Impulsó la aprobación de una Constitución en apenas dos años, algo inédito, hasta entonces y después, no tuvo problemas para entenderse con personas tan distantes como el president Tarradellas y Manuel Fraga y no le dolió en prendas llamar a La Moncloa, a Felipe González, entonces líder de la oposición, todas las veces que hizo falta, cada vez que la situación se complicaba y cuando había que sacar adelante asuntos esenciales de un país con cien asesinatos de ETA al año, con un paro de cerca del 20%, un inflación galopante y unos militares taberneros que presumían de plantársele delante, en jarras, pistola al cinto.
Nada de esto sería posible ahora. Ninguno de los presidentes que le sucedió se planteó, si quiera, plantearse el pactar algo con su ‘leal’ oposición. Ninguno ha sabido ser prudente: de Suárez se recuerda el “puedo prometer y prometo”, de los siguientes han quedado bravuconadas como las de “vamos a crear 800.000 puestos de trabajo”, de Felipe González; “yo soy el milagro”, de Aznar, en 1997 en una entrevista al Wall Streer Journal, “haciendo uso de un símil futbolístico, se podría decir que España ha entrado en la Champions League de la economía mundial”, de Zapatero en 2007 o “haré cualquier cosa que sea necesaria aunque haya dicho que no la haría”, de Rajoy, hace apenas unos meses.
Seguramente, Adolfo Suárez no nos sacaría de esta crisis, por mucho que ahora algunos medios de comunicación que le despreciaban cuando era presidente le estén subiendo a las alturas con párrafos como este “una voz autorizada que hoy, sin duda, contribuiría a iluminar los momentos de zozobra económica y de tensión territorial”. Suárez no nos sacaría de la crisis, pero lo intentaría, de otro modo. Desde luego no diciendo que “esto es solo una “desaceleración transitoria”, o yéndose por ahí a clamar “España está al borde del abismo” y menos pasaría en dos meses de repetir incansablemente, “la subida del IVA es el sablazo que un mal gobernante le pega a todos sus compatriotas que ya están muy castigados por la crisis”, a hacer eso exactamente.