Hasta la bandera, siempre con el 1809 conmemorativo, estaba el Casco Vello. No cabía ni un francés más ni un vigués ataviado con palos, piedras y azadas más, todo para recordar esa historia de la que Vigo no siempre alardea.
Miles de personas pasearon por el barrio histórico de la ciudad para rememorar la Reconquista de Vigo a manos de los franceses, ese 28 de marzo de 1809 en el que el pueblo se levantó en armas contra las tropas napoleónicas. Las mujeres echaron abajo la puerta de Gamboa y obligaron a los galos a escapar por a Laxe.
Más de dos siglos de historia regados con un buen pulpo y vino del país, además de todas las exquisiteces que los puestos colocados a lo largo de toda la zona histórica iban ofreciendo a los visitantes en el mercado de comienzos del siglo XIX. La batalla de Vigo trascendió las fronteras gallegas, sobre todo en un momento en el que ciudades como Zaragoza o Girona caían sin remedio en manos de los franceses, a los que se consideraba invencibles.
Hasta que dieron con los vigueses, que vieron cómo la prosperidad industrial y comercial se paralizaba tras la entrada de las tropas napoleónicas. Sin hombres, que estaban en la guerra, sin dinero y con el mar y el campo abandonados, fueron las mujeres las que retomaron el testigo y plantaron cara a los invasores.
Vigo ya no es de Napoleón.