Era sin duda el concierto de este Entroido en Vigo y ni el calabobos pudo con él. Aunque los primeros acordes empezaron con apenas un par de docenas delante del escenario de la Porta do Sol, pero cuando fue avanzando la actuación, el público, atraído por ese ritmo que no deja que estés quieto, fue llegando y a mitad de la actuación ya había varios cientos de personas- incluido algún soldado escapado de la Guerra de las Galaxias- cantando.
Kiko Veneno, un músico de oficio, un artista, un tío genuino y honesto, al que el marketing no ha estropeado, se enfrentó a la lluvia y le arrancó una tregua suficiente para que pudiésemos disfrutar de la noche.
Es fácil apreciar lo bueno: basta con que nos lo pongan delante. Nos dejamos llevar y disfrutamos. Eso es lo que consigue este hombre que lleva la vida siendo él mismo y llevando su música, que tiene letras, que tiene ritmo, que tiene acordes y que suena de verdad.
Allí nos fuimos y mereció la pena salir de casa en una noche de invierno: hay muy pocas cosas que no defraudan y la música de Kiko Veneno, el de antes y el de este de pelo blanco, es una de ellas.