A las 3 de la mañana de la mañana del 19 de diciembre de 2008, el cuerpo de Ramón Ortega Quina, un joven de Vigo, apareció delante de una cabina de teléfonos de la rúa Torrecedeira. Estaba bocabajo, tenía un fuerte golpe en la cabeza, erosiones en las rodillas y en heridas el pene.
Desde aquel día, hace hoy 7 años, su familia no sabe qué le pasó. Nadie ha aclarado a su madre y a su hermana, en todo este tiempo quién pudo acabar con la vida de Ramón. De acuerdo con la investigación, nadie vio nada, no hubo testigos, nadie oyó nada y nadie vio a nadie…o casi nadie: en una grabación de televisión, que está en poder de la familia, una mujer asegura que su hijo estaba en el balcón a esa hora y sabe qué ocurrió…pero su testimonio fue desechado por la Policía.
Al cuerpo de Ramón se le realizaron varias autopsias, pero sus resultados no coinciden. En un caso el forense mantiene que Ramón se cayó de espalda, desde una altura de un segundo piso, sobre la cabina de teléfonos cuando intentaba llegar hasta el balcón, se golpeó en ella y acabó en el suelo, a unos dos metros de distancia de la misma, con el cuerpo hacia abajo. A su juicio, el cayó casi recto, se golpeó las rodillas y se dio de bruces contra la acera. Otro de los forenses aseguró que la caída fue completamente vertical y se dio con la cabeza contra el suelo, pero no hace referencia alguna a la cabina de teléfono.
La juez que instruyó el caso le dijo a la madre y la hermana de Ramón: “su hijo se cayó cuando intentaba escalar, borracho y drogado, la fachada del edificio” agarrándose a la instalación eléctrica.
En el sumario no se rechaza que la muerte de Ramón fuera causada por otra persona, al contrario, se indica que ello es igual de posible que el hecho de que fuese un accidente, sin embargo, al margen de ello, se limita a constatar evidencias. Indica que el joven se golpeó el lado izquierdo de la cabeza, las rodillas, el pene, que debía de estar fuera del pantalón en el momento del suceso, y se partió los dientes al impactar con las baldosas de la acera. Además indica que no hay ni hundimiento del cráneo ni rotura de vértebras.
La familia de Ramón tiene otra teoría, que explica mejor todas las pruebas: el joven estaba orinando cuando alguien le golpeó por detrás con tal fuerza que lo dejó en el sitio; cayó de rodillas, de ahí las heridas en las mismas, y luego de bruces contra el pavimento, lo que justifica la rotura de los dientes.
Esta teoría, además, está avalada por la intervención de la Brigada de Investigación Científica, que se desplazó desde Madrid a Vigo para tomar datos y huellas en el lugar de los hechos -desgraciadamente tres semanas después de la muerte de Ramón, cuando la mayoría de las evidencias o habían desaparecido o estaban enormemente deterioradas- e interrogar a la ex novia de Ramón, que vivía justo delante de donde este apareció muerto.
En 7 años ninguno de los organismos y responsables públicos, que se solidarizaron con la familia de Ramón Ortega Quina y que prometieron su ayuda para esclarecer su muerte, han movido un dedo. Para ellos, esta tragedia se ha ido difuminando con el paso del tiempo y sus palabras y promesas se han perdido en medio de discursos y declaraciones que presumen de que esta ciudad es una de las más seguras.
La familia de Ramón no olvida y seguirá exigiendo que se aclare cómo murió este joven, porque la Constitución así lo reconoce: “la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”.