Tengo cáncer. Ya sé que no es muy original, no lo pretendo. En 2011 me diagnosticaron un cáncer de mama. Fui operada y recibí tratamiento de quimio y radioterapia. Todo parecía ir bien, pero en una revisión rutinaria en 2014 me diagnosticaron metástasis en el hígado y la pleura. En 2015, se extiende también a los ganglios mediastinos, la columna y el fémur.
Dicen que esta enfermedad te cambia la vida; aprendí a plantarle cara, a relativizar los problemas y a aprovechar cada minuto. Esa es la fuerza con la que afronto cada sesión de quimioterapia (llevo tres) y cada nuevo revés. Sé que solo puedo aspirar a cronificar la enfermedad, a jugar el partido en tiempo de descuento. Pero ¿quién ha decidido pitar el final y que mi vida ya no valga la pena?
Tampoco es original sentir indignación y angustia ante las interminables listas de espera y los retrasos en la sanidad pública, pero parece que no me queda más remedio. En la última analítica se confirmaron mis temores: los marcadores tumorales se han disparado de nuevo. No es que me sorprenda, porque las náuseas, el dolor, la falta de apetito y la pérdida de peso me hacían presagiar lo peor.
Todo se remueve y vuelta a empezar. El 27 de julio de este año, 2016, el oncólogo solicitó un TAC preferente en el plazo de un mes. Mientras tanto me han suspendido el tratamiento hasta que no tenga los resultados. Desde entonces, vivo pegada al teléfono a la espera de una llamada del Servizo Galego de Saúde (SERGAS) comunicándome la fecha de la prueba, pero nunca llega. ¿Qué será esta vez: el esófago, el intestino, el estómago? Lamentablemente, sin esos resultados, no me pueden poner un nuevo tratamiento.
El retraso en las pruebas oncológicas tampoco es nuevo. Desde que comenzó el proceso me he sometido a cinco TACS y la historia siempre se repite: esperas de hasta varios meses, reclamaciones que caen en saco roto, etc. Toca sufrir y pelearse. El Hospital de Ourense dice que los pacientes oncológicos tenemos prioridad (pobres de los que no tienen cáncer) y que se trata de un caso puntual (La Voz de Galicia, 25 agosto 2016). Podría contar la historia de otras muchas luchadoras, que como yo están pasando por la misma desagradable experiencia…
Me condenan a la incertidumbre y la angustia. Entiendo que mi enfermedad puede ser mortal a día de hoy por la falta de un tratamiento curativo. Pero no entiendo que tenga que morir por la negligencia y falta de atención en la que te sumen y condenan los responsables del sistema sanitario. La espera se me hace interminable. ¿Y que se supone que debo hacer? ¿Esperar? El cáncer no entiende de plazos, recortes, listas de espera, ni se va de vacaciones.
Esta es la quinta reclamación que hago, pero mi estado no me permite esperar. Gracias al esfuerzo de mi familia he podido costearme este TAC en una clínica privada, pero nuestros recursos son muy limitados y seguramente no podría volver a hacerlo. Manda huevos, yo que siempre he defendido y creído en la eficiencia de la sanidad pública. Pero parece que a ciertas personas no les interesa que funcione bien y que estamos abocados, podamos o no, a recurrir a medios privados para tener un servicio de calidad. ¿Dónde está la dichosa igualdad?
Hay mucha campaña de prevención (está bien) pero una vez diagnosticado sufres las terribles consecuencias de los recortes… Los políticos y demás responsables se llenan la boca con palabras vacías de contenido sobre la sanidad pública; la venden como un principio inquebrantable, pero luego la cuestionan contratando para sí mismos mutuas privadas y lapidando con recortes la pública. Ellos no tendrán que esperar, porque lo cierto es que sobran lazos y faltan recursos, no nos curan ni las buenas intenciones ni las promesas, sino los profesionales en número adecuado y con los medios adecuados.
Y aquí estamos. Puede que para la administración sea solo un número en una lista que no avanza y para los que se creen con derecho a decidir sobre mi vida ni si quiera eso. Pero para mi familia, mi pareja y mis dos hijos, de 23 y 16 años, soy mucho más que eso. Mi vida lo vale y no me puedo permitir perder las ganas de luchar. ¡No me rindo, así que dejen de jugar con mi vida carallo!
Pepa López Maldonado.