Imágenes: Greenpeace/Pablo Blázquez// Frente al bombardeo de mensajes que incitan a “comprar compulsivamente en Black Friday”, Greenpeace recuerda sus consecuencias climáticas, ambientales y sociales. La organización ecologista las ha recopilado bajo el nombre de Black Friday. Día negro para el planeta, donde incide en datos sobre el insostenible ritmo de consumo y cómo las “corporaciones exprimen el planeta”. Así como en las alternativas y demandas empresariales y gubernamentales para que el consumo sea sostenible.
Elevado consumo de materias primas y agua potable
El actual ritmo de sobreconsumo, ejemplificado en fechas como el Black Friday (y otras muchas como el Ciber Monday), implica un elevado consumo de materias primas, de agua potable y de consumo de energía. Esto tiene graves consecuencias en el medioambiente: destrucción de hábitats, como bosques y océanos; elevada cantidad de emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, producidos por este uso de energía procedente de combustibles fósiles y del transporte de todos estos productos.
Generación de residuos
A esto se añade la elevada generación de residuos, principalmente por dos aspectos: los desechos de materiales de un solo uso procedentes del embalaje como plásticos o cartones; y las materias primas no utilizadas o los productos ya hechos que no se han vendido o se desechan tras un corto uso, que terminan en vertederos o en incineradoras y contaminan el aire, el agua y el suelo.
“Greenpeace denuncia que Black Friday destruye el planeta por el elevado consumo que nos incitan a hacer. La publicidad consumista, la búsqueda exponencial de beneficios de las grandes empresas, la obsolescencia programada, la globalización, las moda rápida y la apuesta casi inexistente por la reparación, el intercambio u otros modelos por parte de los gobiernos hacen que compremos muchos más artículos nuevos de los que necesitamos, y de los que el planeta puede proporcionarnos”, señala Celia Ojeda, portavoz de Greenpeace. “El planeta no está en oferta, el verdadero precio son las consecuencias climáticas y la pérdida de biodiversidad. Y eso no sale en la etiqueta. Detrás de un producto barato, hay un alto coste”, añade.
Algunos datos
- El uso actual de los recursos naturales es de media mundial 1,7 veces más rápido de lo que los ecosistemas pueden regenerar. Este promedio global está muy descompensado, si el mundo entero consumiese como EE UU, serían necesarios hasta cinco planetas; en Australia, 4,1; Corea del Sur: 3,5; Rusia 3,3. España consume al año 2,5 planetas, manteniéndose en la media de la Unión Europea.
- Desde 2015, las ventas del Black Friday han aumentado un 10-20% cada año. A este incremento hay que añadirle un cambio de patrón en el consumo a partir de 2019 donde se incrementó la compra on line.
- En 2019, el 33% de los consumidores españoles afirmó que realizaría compras para aprovechar el Black Friday. En 2020 esa cifra subió hasta el 40%.
- Los artículos más vendidos durante este evento son: moda (53% de las personas encuestadas), calzado y complementos (39%), electrodomésticos, aparatos electrónicos, y teléfonos móviles (35%).
- En 2019, solo la producción, el embalaje y el transporte de todos los productos que se compraron en Madrid durante el Black Friday fueron responsables del 1,7% de las emisiones anuales de la ciudad: el 81,11% de las mismas debido a la producción y comercialización de los productos. Esas emisiones serían equivalentes al carbono almacenado en 211 hectáreas de bosque templado, o como si cada habitante del planeta hubiese deforestado 4 m2 de bosque templado.
- Moda rápida. La moda rápida es un peligro para el planeta.
Según datos de la ONU, solo para producir unos vaqueros se necesitan 7.500 litros de agua, el equivalente al agua que una persona bebe durante siete años. El consumo de agua de la moda rápida es de casi 8 millones de metros cúbicos anuales y es responsable del 20 % de la contaminación industrial de agua.
Desde el año 2000 se ha duplicado la producción de ropa mientras que su uso ha disminuido un 36%. Se estima que más de la mitad de la moda rápida que se produce, se tira en menos de un año, acabando el 73% incinerada o en vertederos.
El uso cada vez más extendido de fibras sintéticas hace que la ropa libere más de medio millón de toneladas de microfibras en el océano cada año, lo que equivale a más de 50.000 millones de botellas de plástico.
La industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones mundiales. - Residuos electrónicos. Solo en 2019 se generaron 53,6 millones de toneladas de residuos electrónicos a nivel global y solo el 17,4% de estos se recogieron y reciclaron. En España, se generaron solo en 2019 888 millones de kilos (kilotones) de residuos electrónicos, 19 kilos por persona.
- Obsolescencia programada. Según la European Environmental Bureau (EEB), la obsolescencia programada y el consumismo electrónico nos cuesta 48 millones de toneladas de CO2 al año. Si la vida útil de nuestros aparatos electrónicos se extendiese solo un año más, podríamos ahorrar cerca de 4 millones de toneladas de CO2 al año hasta 2030, equivalente a eliminar dos millones de coches de las carreteras europeas cada año.
El consumo en las ciudades causa el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero
Un sistema que comienza en las ciudades, ya que hoy en día el 55% de la población mundial vive en zonas urbanas y se espera que esta cifra aumente hasta casi el 70% en 2050 (8) y el consumo en las ciudades (directa e indirectamente) causa el 70% de todas las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Por ello, Greenpeace recalca que las ciudades, las empresas y las personas tienen que cambiar para conseguir frenar estas emisiones.
A medida que las ciudades sigan creciendo, también lo harán estas cifras. Por esto es necesario que las ciudades y sus habitantes estén a la vanguardia de los esfuerzos para hacer frente a la emergencia climática y la crisis económica y para lograrlo, se debe realizar un cambio en los hábitos de consumo. Reinventar la forma de comprar y consumir.
El mundo necesita ahora más que nunca una visión audaz que esté respaldada por la acción. Por ejemplo, prohibiendo o limitando la publicidad comercial de empresas contaminantes en ciudades, como lo hicieron Ámsterdam, Londres y Grenoble o con la introducción de “distritos de fabricantes” y “cafés de reparación” en las ciudades, en lugar de nuevos centros comerciales, algo que también ayudaría a los ciudadanos a reducir y reutilizar antes de comprar algo nuevo. Para ello es fundamental que los gobiernos municipales y los gobiernos nacionales tomen medidas para limitar la producción, prohibir la quema de productos no vendidos, promover una verdadera economía circular que no solo se base en el reciclado y luchar contra la obsolescencia programada.
Así mismo, las empresas deben cambiar su modelo de producción lineal de manera radical y basarse en una economía circular real, que fomente alternativas como la reducción, la reparación, la reutilización y la segunda mano antes que solo el reciclaje. Además se debe empezar a primar a aquellas empresas que realmente tienen una producción sostenible y no solo realizan greenwashing.
“Necesitamos restablecer los hábitos generales de consumo, comprar menos y comprar mejor. Es fundamental reducir la cantidad que consumimos colectivamente; fomentando la reutilización, la reparación y el intercambio, con acceso a talleres y tiendas de cambio en todas las ciudades. El reciclaje es el último paso en la larga vida útil de un producto. Esto reduciría la presión sobre las materias primas y reduciría el desperdicio” concluye Ojeda. “Por último, queremos mandar el mensaje de ‘si no lo necesitas, no lo compres’ para pedir que se consuma, produzca y compre de manera racional. Si se necesita una oferta, es lícito comprar pero no caigamos en el juego de las grandes corporaciones que nos incitan a comprar por comprar”.