Alrededor de las 02.30 horas de la madrugada del 17 de junio de 1972, cinco ladrones, vestidos de traje y con guantes, fueron detenidos en las oficinas electorales del Partido Demócrata estadounidense en el edificio Watergate, en Washington. Así comenzó, hace cuatro décadas, el caso Watergate que, dos años después, el 8 de agosto de 1974, provocaría la dimisión del presidente republicano Richard Nixon, el único de los 44 inquilinos de la Casa Blanca que ha renunciado al cargo.
Los cinco arrestados estaban relacionados con la CIA, el exilio cubano en Florida y el Comité para la Relección de Nixon. ¿Qué hacían en la sede del Partido Demócrata? ¿Quién los había enviado? Dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Berstein, dieron respuesta a esa y a otras preguntas gracias a la colaboración secreta de una fuente próxima al poder, ‘Deep Throat’ (Garganta Profunda), cuya identidad permaneció en secreto durante 33 años, hasta que en 2005, pocos meses antes de morir, él mismo se dio a conocer: Mark Felt, un alto directivo del FBI.
Garganta Profunda dio la pista clave: la irrupción en la sede demócrata en Watergate había sido planeada por dos asesores de Nixon, Haldeman y Ehrlichman, con conocimiento del propio presidente. Nixon se quedó sin salida posible cuando se descubrió que había ampliado, y usado en incontables ocasiones y reuniones, tanto en el Despacho Oval, como en otras dependencias de la Casa Blanca, un sistema secreto de grabación de conversaciones. En cientos de cintas, la mayoría de las cuales no han salido a la luz, se registraron miles de horas de reuniones en las que pudo escucharse al propio presidente dando instrucciones a su ‘fontaneros’, para que cometieran varios actos ilegales, entre ellos actos de encubrimiento del delito de espionaje, entre otros, e instrucciones para evitar la acción de la justicia.
El propio Tribunal Supremo de Estados Unidos, ante la negativa de Nixon, le ordenó que entregar esas cintas, lo cual precipitó la presentación de lo que se conoce en aquel país como ‘impeachment’, o su procesamiento por la Cámara de Representantes. Para evitar el mismo, que habría acabado en el cese de su cargo, Ricard Nixon dimitió, aunque nunca pagó por sus delitos, su sucesor, Gerald Ford, firmó un indulto que le absolvía de cualquier delito que hubiera podido cometer ejerciendo el cargo de presidente.
La investigación de Carl Bernstein y Bob Woodward marcó la cima de la influencia de la prensa, su manera de trabajar y las relaciones futuras con el poder, no solo en los Estados Unidos sino en todo el mundo.