Los capones, que eran moneda de pago de los alquileres (en Mourence un buen hombre aún paga con ellos el pazo en el que vive), se engordan, con el mismo procedimiento desde hace siglos: los ganaderos los compran cuando salen del cascarón, los alimentan, al llegar al mes de vida los castran, lo cual los deja dóciles y facilita el engorde, y luego los ceban durante ocho meses. Los últimos días de su vida, que transcurre al aire libre, los pasan viviendo como sátrapas comiendo maíz, trigo y cachelos a discreción.
La aves que se ponen a la venta pesan entre 4 kilos y 5 kilos y medio, cada una, y alcanzarán un precio medio de 180 € la pareja, lo cual no es moco de pavo para los criadores, o mejor criadoras, ya que de los 66 que estarán en la feria este año, 52 son mujeres. Eso sí, muy pocos acabarán en estómagos gallegos: la mayoría se servirán en Barcelona o Sevilla y a alguno lo trincharán en Berlín, Londres o Zurich.
Claro que su gremio no es como el de los toros, aquí no hay indulto que valga y ninguno enseñará la patita por debajo de la puerta del próximo año.