Hay tipos que nacieron para quedarse en la memoria universal. Sinatra es uno de ellos. Da igual que hayan pasado 15 años desde que se largó de este mundo. Entonces ya había pasado más de medio siglo desde que llevaba haciendo lo que le daba la gana, fuera irse de copas con Giancana, acojonar a Gene Kelly, presentarse medio borracho dos minutos antes de salir al escenario del Sans, permitirse ver como el Empire State Bulding se iluminase con el mismo azul de sus ojos o plantar a presidentes de segunda, él que había conocido a presidentes de primera.
Y todo siendo el vocalista más importante de todo el siglo XX, al que tuvo a su disposición desde que llenó el Madison Square Garden en 1942, hasta que le salió de las narices morirse cuando empezaba a tener que dar demasiadas explicaciones, algo que nunca supo qué era.
Así que se largó para ser tan inmortal como Geroge Gershiwin, Cole Porter, Sammy Cahn o Louis Armstrong. Aquí lo dejó todo, el peluquín, los Grammy, dos micrófonos de oro muy horteras, una colección de batas que nunca le sentaron bien, a la chica de Ipanema, varios millones de pavos, el permiso sin renovar de un casino en Nevada, las historias, falsas todas, de los que estrecharon la mano de Sinatra…y se piro de aquí a la eternidad.
Frank, no te has perdido nada.