Ferrán Adríá intervino esta mañana en el segundo acto de ‘Recoñecemento ás empresas que colaboran coa Universidade de Vigo’, para hablar de creatividad. El considerado mejor cocinero del mundo, que habitualmente cobra 60.000 dólares por conferencia y que vino a Vigo gratis, se definió como un hombre honesto, y lo fue: aseguró que se habla demasiado de creatividad, “se trata de tener ideas, lo demás es tirar pitos” y se practica poco. Se refirió a las grandes empresas, “asesoro a las veinte más importantes del mundo en la rama de la alimentación y ninguna de ellas tiene asesoría creativa“; a los gobiernos, “este país tiene un problema grave: no se ha molestado en fundar un observatorio de futuro”, y también a la cocina “en la alta cocina hay cuatro o cinco que se dedican a crear, el resto son modas”.
Adría, que señaló como un hecho muy importante que la cocina haya llegado a la universidad “por que la cocina es la disciplina más transversal del mundo”, definió la creatividad como atreverse a hacer las cosas que no hace nadie, “tener ideas” e intentar realizarlas. Se definió como una PYME cuyo negocio es la creatividad “alrededor de la cocina, pero sobre todo en la cocina” y señaló que, según su experiencia, el éxito se basa en ser feliz “yo me di cuenta que era feliz siendo cocinero” y en no buscarlo “si lo buscas no hay nada que hacer: cuando te dedicas a la creatividad si quieres ser el número uno y sólo llegas al dos, has fracasado y eso es muy malo”.
¿Sólo fue casualidad?
El cocinero relató sus inicios, desde que empezó de friegaplatos un verano, hasta que con 22 años “por pura casualidad, porque en marzo de 1984 era el responsable de suministros y en octubre, cuando se fue el jefe de cocina me dieron el puesto a mi” se hizo cargo de la dirección culinaria del Bulli. Afirmó que entonces lo que se hacía era copiar a Francia “los cocineros franceses tenían el monopolio creativo”, pero todo cambió cuando en 1987, durante un viaje a Cannes, para asistir a unas jornadas sobre cocina, uno de los ponentes de las definió la creatividad como “no copiar “aquella simple frase, se me quedó dentro”, aseguró.
Adriá empleó un tono muy entretenido, completamente contrapuesto a los soporíferos discursos que le precedieron “en el Bulli nos reímos mucho, pero he visto que en las universidades hay poco sentido del humor” contó que su carrera había sido un cadena de casualidades “yo nunca me plantee llegar hasta aquí”, entre ellas la primera decisión estratégica del restaurante: cerrar en invierno “tuvimos que hacerlo porque no venía nadie” y eso le dio tiempo para investigar, conocer y probar. La segunda decisión estratégica fue hacer una cocina “a nuestra medida: 17 años después no hay un espacio más vanguardista”.
El artista catalán ironizó sobre las informaciones de que iba a tomarse un año sabático “eso sería si me fuese a las Maldivas”, unas islas que no pudo visitar el año pasado con su mujer y que le dejaron 20 días en Barcelona “sin saber qué hacer” y en los que descubrió restaurantes chinos especializados en comida española, “yo no puedo hablar de soluciones a la crisis si no han podido encontrarlas los mejores economistas, pero ¿quién podía prever que existiesen empresas como esos restaurantes en los que se trabajasen 16 horas al día los 365 días del año?, por eso es necesario un observatorio de futuro”, comentó.
¿Qué comió?
La respuesta a la pregunta que todo el mundo esperaba que contestase ¿dónde comería hoy en Vigo?, estaba a las puertas del auditorio de la Facultade de Ciencias Económicas e Empresariais: unos pinchos servidos por Casa Solla: ensalada de algas con berberechos, mejillones con la espuma de su escabeche, sardinillas, pan y tomate; navajas con guacamole-limón, empanadas tradicionales, croquetas de marisco, foie empanado en maíz, gambas con picado de maíz, capuccino de caldo gallego; tarta de Santiago y filloas. Todo regado con dos blancos: Vilera (Ribeiro) y Valdesil (godello) y un tinto: Alanda de Monterrei.