Más de 8.00 periodistas perdieron su trabajo el último año. Los profesionales que se encargaban de llevar la información, en algunos casos desde detrás de unos sacos de tierra en una guerra polvorienta que, como todas, acaba siendo olvidada, hacen cola ahora en el INEM ( los menos que en este sector la peña sabe buscarse la vida), están limpiando alguna parrilla en una hamburguesería o reponiendo las estanterías del Carrefa.
Eran los mismos que hacían los programas de radio que escuchamos, escribían los artículos de que leíamos todos los días, investigaban, ponía en un aprieto a los políticos en las ruedas de prensa, o les llevaban sus comunicaciones. Son aquellos que veíamos por la tele, que documentaban a las estrellas del prime-time, mandaban las crónicas locales para que nos enterásemos de qué pasaba en Cercedilla del Monteralejo, nos informaban sobre el aumento de la lista de espera, nos explicaban el IPC, o sacaban las fotos que, reconozcámoslo, muchas veces es lo único que vemos en los periódicos.
En cualquier otro sector la pérdida de 8.000 empleos habría merecido un rescate triunfal, una inyección de millones, una reunioncilla de los ministros de los 27 y hasta más de un par de preguntas parlamentarias. No es el caso. ¡Qué va! Sus contactos ahora no se les ponen al teléfono porque ya no tienen nada que ofrecer y los que los buscaban para susurrarles a la oreja aquello que querían difundir, ahora dan un rodeo para no encontrárselos.
Sus puestos se los han dado a Maripilis cuyo único mérito es haberse acostado con un torero hace un par de siglos, meterse más silicona en las tetas de la que cabe el depósito de gasolina de un tractor o cometer faltas de ortografía verbales. También ocupan el lugar de los periodistas cuñadas de folclóricas muertas que no saben qué es un diccionario, cocainómanos dueños de filosofías que salen en las galletas de los restaurantes chinos, delincuentes convictos, estrellas del porno sin olfato, cantantes que ganaron un festival cuando la tele era en color sepia, paparazzi pasados, aristócratas de dudoso linaje, niñas de mamá con sobrepeso, camareros revenidos y concursantes eliminados en la segunda ronda de ‘Métase el dedo en la nariz a la primera‘.
Lo cierto es que estos son más rentables…y más entretenidos. Sus mentiras, noticias falsas, cotilleos distorsionados y ‘almondigazos’ dan vidilla a los despachos de abogados, esos de “esto ya está en manos de mis abogados”, a los bolsillos de sus ex maridos, ex mujeres, ex jefes, ex amantes, ex amigos, vecinos, primas y sobrinos que por cuatro cuartos pierden la dignidad en el plató que manden, a los de los de envíe un sms con la palabra ‘Ñordo’ al 99IV8 ‘ y a los cirujanos plásticos que no dan recortando culos, estirarando pellejos, eliminando lorzas y enchufando botox… ‘un hombre un voto, una mujer un botox’.
Lo de la información veraz, currada, contrastada y analizada, lo mismo que saber escribir hombre con h o pasar por la universidad, no tiene futuro: al camino más recto hacia el periodismo es el trileo, el pastillo, la injuria, la mediocridad,…y si todo eso falla, abrirse de piernas delante de un famoso a la primera de cambio.