Cristián López. Felipe Carnotto para vigoalminuto/“Amo mi país, pero en Siria no hay lugar para los sueños; esta es mi única oportunidad, huir era la única opción”. Ayoby (pide que no publique su nombre original) huyó hacia diez días de Damasco. A sus 23 años es el guía de una veintena de personas. “Viajé solo y durante el camino me fui encontrando con algunos paquistaníes, sirios y afganos, que se unieron porque no saben inglés”.
¿Te gustaría volver algún día?, preguntamos. “Por supuesto. Quiero continuar mi formación para volver más fuerte, más sabio y cambiar mi país. Es una obligación con los míos”.
Ayoby acaba de llegar a Idomeni, un punto en medio de la nada en la frontera de Grecia con Macedonia. Andando por las vías del tren. Recién fletados de Atenas y Tesalónica en autobuses, centenares y centenares de personas esperan su turno para cruzar el paso fronterizo. Durante las dos horas que pasamos en este campo de tránsito -donde las organizaciones humanitarias atienden a los numerosos heridos, reparten zapatos y agua- el flujo es incontable.
Cuando parece que no pueden llegar más refugiados, a lo lejos se divisa un nuevo grupo. Según un responsable de Acnur, han pasado hoy cerca de 4.000 personas. “Y las que están por llegar”, advierte, cuando la noche se echa sobre los campos de maíz helenos. “Es un día normal”, cuenta un miembro del equipo de Médicos sin Fronteras, ante nuestra sorpresa por el enorme número de personas concentradas en este punto.
Una larga hilera de concertinas separan ambos países. La raya está vigilada por numerosos militares macedonios, que vemos aparecer en camiones. Frente al caos del campo de Gevgelija, el siguiente punto a unos 15 minutos a pie, aquí se respira tranquilidad. Su estancia en Idomeni es temporal, el tiempo que tarden en permitirles cruzar el paso.
“Me he gastado ya 3.000 €, la mitad de lo que me costaría una casa pequeña en Siria”, explica Ayoby. El coste varía en función de los traficantes y de la ruta escogida, pero siempre supera las cuatro cifras. Quienes viajan en familia, ven como el precio se multiplica hasta cantidades astronómicas. “Nosotros tenemos dinero, pero la vida es muy cara ahora en nuestro país”.
Una situación parecida vivió Fatma, una joven que viaja junto a su padre anciano, sus tres hermanos y un hijo de cinco años. “En Hama no se puede vivir, no podemos alimentar a nuestros hijos. ¿Qué podemos hacer sino huir?”. Cuenta que la lucha entre las fuerzas gubernamentales y el ISIS ha convertido su ciudad en un campo de batalla. “Los bombardeos son diarios”, recuerda con el terror en los ojos, que contrasta con la sonrisa que nos regala.
Frente al ruido mediático, la crisis de los refugiados empezó a asomar hace un año, según un policía macedonio. “Los primeros que llegaban eran detenidos y deportados. Todo cambió en junio, cuando el flujo se volvió masivo y las autoridades tuvieron que abrir un paso legal. Hay días que hasta 8.000 personas han cruzado la frontera. Y esto no parece que vaya a parar pronto”.