La resolución de la muerte de Ramón Ortega Quina, como la de Eva Blanco en Madrid, la de Sheila Barrero, en León, como la de la desaparición de Sonia Iglesias, Pontevedra o, más cerca en el tiempo, la de Iván Durán, en Baiona, se van perdiendo en algún archivo en el que se va apilando el material que no es para consumo de la actualidad.
Pocas veces se recuerda a María Elena Calzadilla, la viguesa asesinada en 2006 en Porto do Son, a Ana María Fernández, también de Vigo, desaparecida en 2008 en la A-52 o a Déborah Fernández Cervera, de 22 años, asesinada en 2002.
Este lunes queremos volver a repetir que hace 8 años, a las 3 de la mañana del 19 de diciembre de 2008, el cuerpo de Ramón Ortega Quina, un joven vigués, apareció la rúa Torrecedeira, aquí, en Vigo. Estaba bocabajo, tenía un fuerte golpe en la cabeza, erosiones en las rodillas y heridas el pene.
Desde entonces su familia no sabe qué le pasó. En todo este tiempo, nadie le ha aclarado a Susana, su madre y a su hermana, qué o quién pudo acabar con la vida de Ramón. De acuerdo con la investigación, nadie vio nada, no hubo testigos y nadie oyó nada …o casi nadie: en una grabación de televisión, que está en poder de la familia, una mujer asegura que su hijo estaba en el balcón a esa hora y sabe qué ocurrió…pero su testimonio no fue considerado válido por los investigadores.
Al cadáver de Ramón se le realizaron varias autopsias, pero sus resultados no coinciden. En un caso el forense afirma que Ramón se cayó de espalda, desde una altura de un segundo piso, sobre una cabina de teléfonos cuando intentaba escalar hasta un balcón; se golpeó en ella y acabó en el suelo, a unos dos metros de distancia de la misma, con el cuerpo hacia abajo. A juicio de este forense, el joven cayó casi recto, se golpeó las rodillas y se dio de bruces contra la acera. Otro de los forenses aseguró que la caída fue completamente vertical y se dio con la cabeza contra el suelo, pero no hace referencia alguna a la cabina de teléfono.
La juez que instruyó el caso le dijo a la madre y la hermana de Ramón: “su hijo se cayó cuando intentaba escalar, borracho y drogado, la fachada de un edificio” agarrándose a la instalación eléctrica.
Sin embargo, en el sumario no se rechaza que la muerte de Ramón hubiese sido causada por otra persona: al contrario, se indica que ello es igual de posible que el hecho de que fuese un accidente, sin embargo, al margen de ello, se limita a constatar evidencias. Indica que el joven se golpeó el lado izquierdo de la cabeza, las rodillas, el pene, que debía de estar fuera del pantalón en el momento del suceso, y se partió los dientes al impactar con las baldosas de la acera. Además, concluye que no hay ni hundimiento del cráneo ni rotura de vértebras.
La familia de Ramón tiene otra teoría, que todas las pruebas: el joven estaba orinando cuando alguien le golpeó por detrás con tal fuerza que lo dejó en el sitio; cayó de rodillas, de ahí las heridas en las mismas, y luego de bruces contra el pavimento, lo que justifica la rotura de los dientes.
Esta teoría, además, está avalada por la intervención de la Brigada de Investigación Científica, que se desplazó desde Madrid a Vigo para tomar datos y huellas en el lugar de los hechos –eso sí: tres semanas después de la muerte, cuando la mayoría de las evidencias o habían desaparecido o estaban enormemente deterioradas- e interrogar a la ex novia de Ramón, que vivía justo delante de donde este apareció muerto.
En estos 8 años años ninguno de los organismos y responsables públicos, que se solidarizaron con la familia de Ramón Ortega Quina y que prometieron su ayuda para esclarecer su muerte, han hecho algo para cumplir esa promesa. Para ellos, esta tragedia, como otras, como las de Elena, Ana, Deborah, ha sido apagada por el tiempo.
La familia de este joven de aquí, de Vigo, sigue exigiendo que se aclaren las circunstancias de su fallecimiento, algo a lo que tiene derecho, como las familias de las 60 personas cuya muerte queda sin resolver, cada año, en España.