Este hombre que empezó como limpiabotas y trabajó 12 horas al día en la industria metalúrgica, es ya, no sólo el hombre más influyente del mundo, como asegura ‘Time‘, sino el mejor presidente que ha tenido Brasil en su historia. Luiz Inácio Lula da Silva, que dejará el poder cuando se acabe este año, aseguró hoy que se lo entregará a su sucesor con la “conciencia tranquila“. No es para menos: el crecimiento de su país es el mayor de su hemisferio y uno de los más altos de mundo y ello es así porque, como el mismo Lula ha dicho, los empresarios nacionales y extranjeros “nunca habían ganado tanto dinero” como en sus ocho años de Gobierno y porque las personas más pobres recibieron “por primera vez un trato civilizado, humano y democrático”.
Y eso no lo dice alguien de la internacional popular donde, como asegura María Dolores de Cospedal, está el partido de los obreros, sino un sindicalista que en sus tiempos dio mucho que hacer a otros gobiernos brasileños tan desinteresados por la corrupción como por las favelas. “Es un placer terminar ocho años de gobierno en una situación así, en una situación extremadamente importante” para Brasil, el segundo país del Globo, tras China, que recibe más inversión extranjera.
Hoy, en Madrid, cuando ha recogido un premio por su gestión el mandatario ha vuelto a dar una lección a quienes se dedican a dejar que los ricos sean más ricos y en cargar la crisis que provocaron aquellos a los que menos tienen, y ha asegurado “quien salvó la economía de mi país fue la parte más pobre de la nación que le hizo caso al presidente cuando le dijo que consumiera porque sino los empresarios no iban a producir más y las empresas no iban a vender”.
Y añadió “el 99 % de los acuerdos sindicales tenían por objeto aumentos reales del sueldo de los pobres que nunca recibieron un trato civilizado, humano y democrático como en estos años de gobierno“. Vamos igualito que los sindicatos, la oposición y el Gobierno que tenemos por aquí.