El sábado nos levantamos franceses…pero este domingo nos acostamos vigueses. El comandante Chalot, que se hizo con la ciudad en plena Semana Santa, salía cariacontecido de Vigo, caminando tras la bandera blanca que anunciaba la derrota de las tropas napoleónicas.
Miles de personas han vuelto a rendir homenaje a los valientes vecinos y vecinas que en 1809, tras casi dos meses de rebelión y viendo como casi medio centenar de ellos perdía la vida, lograron expulsar al ejército más temido del mundo. Se acababa el dominio galo, Vigo lograba su reconocimiento como ciudad y Napoleón iniciaba un declive que acabaría el 5 de mayo de 1821, en la remota isla de Santa Elena.
Estos días nos hemos sentido orgullosos de nuestros héroes y hemos brindado por su memoria, nos hemos reído, disfrutado de los amigos, de la familia y de nuestra historia. Y casi sin poder movernos entre los más de 200 puestos intalados en todo el Casco Vello: este año desde el Paseo de Alfonso a la Porta do Sol, de la Praza da Constitución al Berbés, de la Praza da Princesa a la rúa Real y de A Pedra a Príncipe.
Comefuegos, zapateros, artesanos, pescadores, afrancesados, herboristas, pasteleros, jugueteros, gaiteiros, acordeonistas, borrachos, condes y hasta un par de alcaldes, el actual y Vázquez Varela, elegido por el pueblo tras derrocar al anterior consistorio, se paseaban o tomaban una cerveza mientras el ejército francés se confiaba y las milicias civiles conspiraban.
Y así acabamos con la arrogancia de los ‘gabachos’… aunque nos ha costado ver morir a Carolo en A Gamboa: él logró que la gloria ya no se apague y que la victoria del pueblo de Vigo sea eterna.