Neil Armstrong, que debería ser recordado como Cristóbal Colón, tenía 39 años cuado el 21 de julio de 1969, puso un pie en el satélite y dijo “este es un pequeño paso para un hombre pero un gran paso para la humanidad”. La frase había sido preparada antes de salir de la Tierra y, junto con su huella, al lado del módulo del Apollo XI, constituye uno de los momentos más importantes de la historia humana.
Sin embargo, su vida desde entonces ha estado tan oculta como la cara posterior de la Luna y aunque la marca de su pie no se borrará jamás del Mar de la Tranquilidad, muy pocas personas menores de 40 años saben su nombre, recuerdan qué hizo y, lo que es peor, dudan de que lo hiciese: más de la mitad de la Humanidad está segura de que el Eagle nunca alunizó y que toda la escena que se vio por televisión hace 41 años fue un montaje grabado en un estudio.
Quizá por ello Armstrong, como Buzz Aldrin, el segundo ser humano en pisar la Luna, y Michael Collins, han vivido lejos del reconocimiento popular en un país que adora a sus héroes. El 21 de julio del año pasado, cuando se cumplieron 40 años de la efemérides, los tres ancianos fueron recibidos por el presidente Obama en la Casa Blanca y Armstrong, quien siempre ha escapado de la polémica criticó al presidente por anular el programa Constellation que tenía previsto volver al satélite antes de dar el salto a Marte. Esa fue su última aparición pública, salvo que el jueves alguien le haga abandonar la compañía de sus hijos y sus nietos para felicitarle públicamente, algo que no parece que vaya a ocurrir.
