JUAN MANUEL VIDAL, sociólogo y periodista
La Biología emplea el vocablo apoptosis para referirse al suicidio celular, léase, cuando la célula alcanza su nivel irreversible de incompetencia. No siendo posible evitar la progresión hacia el caos, sólo cabe acelerar el proceso. Se trata de un mecanismo cuya finalidad es depurar el sistema, con cargo a la retirada voluntaria de algunos miembros. Creo que cierta programación televisiva debiera programar su propia apoptosis en beneficio del conjunto y sistema social, lo cual sería más ecosostenible que depurarla en vertederos o videotecas inertes.
Aún permanece en el inconsciente colectivo nacional aquella época inolvidable de la realidad dual televisiva, la que se dirimía entre dos canales: la VHF y el UHF. Sin darme cuanta les he aplicado género a los artículos que las preceden, porque neutras, lo que se dice neutras, ni neutrales, nunca lo fueron: siempre han estado y están al servicio de alguien.
Aquellos dos canales emitían de facto la programación de la única televisión autorizada en España: TVE. Como aquellos nombres resultaban poco comerciales, se institucionalizaron los numerales por los que se regían todos los hogares: “¡Niñoooo, pon la Uno! ¡Niñaaaaaa, cambia a la dos!” Cómo sería que aquella anécdota adquirió con el tiempo grado de categoría y sus continuadoras siguieron numerándose hasta el día de la fecha. Pero no adelantemos aconteceres.
Como agua pasada no mueve molino, avanzábamos sin nostalgia hacia la tardodemocracia. Por aquel entonces empezaron a desplegarse iniciales atisbos de libertad televisiva con el nacimiento de las primeras autonómicas. Entonces y, en el caso de algunas, sólo entonces, se abrió una ventana por la que entraba aire fresco y renovador, tanto en profesionales como en programas, frente al viciado que ya destilaba hedor por las precedentes 625 líneas.
La caja tonta, cumpliendo una función metatelevisiva, hablaba de la propia televisión, pero de otros países, donde ya se respiraba pluralidad en la oferta programática e informativa. Aquí, seguíamos conformándonos con las migajas y confundiendo la realidad, con nuestra realidad, gestada la última por quienes ya habían conocido la primera allende nuestras fronteras.
El comienzo de la telebasura
Luego llegaron las privadas. Parecía que se abriera la célebre cabina de Mercero y López Vázquez. Pero la verdad es que ciertos vientos que salían precedían a las actuales tormentas. Sus programas eran clones de la original y qué decir de sus presentadores: algun@s conservaban intacta la caspa con la que dejaron “los prados regios”, si bien hicieron fortuna con la moda retro. Viejas serias y ancestrales películas recuperaban su esplendor pretérito, y escasos programas alumbraban con interés.
Sus directivos pronto vieron la veta para escudriñar en las vísceras patrias y a fe mía que hallaron el filón: era el comienzo de la telebasura. Hasta la programación seria, comprometida, rigurosa, educativa, etc., que ofrecía TVE se vio contaminada por el afán imitador, pues la afición se decantaba por el consumo fácil, carente de criterio, talento e imaginación.
El cable aparecía, y las plataformas obviamente apostaban por los productos foráneos, pues aquí no había fondo de armario de calidad, lejos del requetemanido Félix Rodríguez de la Fuente y “El hombre y la tierra”, más reeditado que los discos de Elvis Presley. Cómo sería que la principal novedad fue que llegaban el porno, los deportes de yanquilandia y el cine de estreno a destajo: ¡vamos, los pilares de la tierra!
Las nacionales y las autonómicas giraban en torno a parrillas casi clónicas sin apostar por contenidos de calidad por miedo al qué dirían las audiencias nulamente exigentes, pues la crítica siempre se la ha traído bastante floja. Cínicamente empezaron a mentir con el argumento de que emitían lo que quería la audiencia, cuando está de sobra comprobado que es al revés: ésta ve lo que programan estos talentos de la inmundicia.
Mentar de igual manera el papel de las productoras televisivas, que han hecho fortuna y gloria al albur de este libertinaje, y hoy son cómplices de esta vorágine autodestructiva. Su máxima expresión llegó con la constitución de la única cadena formada por pesos pesados que habían medrado lo suficiente como para montárselo por su cuenta. Hoy ciertos productores tienen más poder que algunos directivos pero, parafraseando a Bill Clinton, alguno me diría “es el libre mercado, idiota”.
Más canales, pero no mejor oferta
En estas que ha llegado la TDT y el “totum revolutum” ha sido completo: hoy existen más canales pero no mejor oferta. La crisis ha arramplado con la producción medianamente visible y la apuesta por la insinuación maliciosa, la verdad a medias cuando no invención, la ambigüedad calculada, la erosión a cuenta de parte, la continuación del landismo, la contraprogramación salvaje… Pero está visto que much@s quieren seguir ozando en ese fangal.
También quiero lacerar las conductas que promueven y a las que incitan a los espectadores más jóvenes. Éstos, en ausencia de padres que les aparcan frente al “plasma” como si de una guardería se tratara, no son capaces de discriminar lo real de lo ficticio. Así toman por buenas pautas vergonzantes que se difunden sin decoro por la pantalla amiga. Luego sus progenitores se extrañarán, pero también son culpables por no precisarles la diferencia.
Luego los mismos espectadores mienten en las encuestas a pie de calle y juran y perjuran que ven “Informe Semanal” y los Documentales de La 2, porque reconocer expresamente la verdad de sus auténticas filias es tanto como afirmar que les gusta hurgar en la caja tonta de la basura.
Hoy apenas se dejan ver canales documentales y temáticos excelentes como Canal Cocina, Viajar, National Geographic, Odisea, que muestran otras culturas, contando la idiosincrasia sin adornos, sin trampa ni cartón, puede que edulcorada, para que no salpique la brutal realidad, pero evitan los insultos y exabruptos que gruñen algunos personajillos de la canallesca audiovisual.
Hace unas décadas, el grupo musical madrileño Aviador Dro cantaba en plena «movida» que “la televisión es nutritiva”. Basta con sintonizar algunas nacionales un viernes noche, poner los informativos de ciertas autonómicas o cambiar a digitales muy concretas, para que entren ganas de regurgitar cuanto has ingerido y expulsarlo, pues algunos programas carecen de los nutrientes imprescindibles y no hay estómago que los soporte.
Vivimos tiempos inciertos, pero el colectivo merece programas de calidad y, salvo honrosas y contadas excepciones conocidas por tod@s, el resto es prescindible. Distraer a la masa con pan ácimo y circo mediático para evadirla de sus preocupaciones, es impropio de gobiernos serios y comprometidos con la cultura.
Termino diciendo que programación de calidad no es sinónimo de aburrida. Por fortuna hay buenas excepciones que confirman lo aquí expuesto. Pero jugar al descuido sirviéndose de algunos títeres delante y detrás de las cámaras, les acabará pasando factura a tirios y troyanos mediáticos en forma de “apoptosis televisiva”.
Si a Ilsa y a Rick les quedaba París en “Casablanca” a nosotros siempre nos quedará Internet y la venidera televisión a la carta, amén de leer, pasear, soñar…