JUAN MANUEL VIDAL, sociólogo y periodista
Hace tiempo me percaté de que los secretos, igual que los cofres, pesaban y mucho, pero no tanto por lo que llevaban dentro, sino por el recipiente, que le daba un aire de misterio al contenido, aunque luego fuera humo, polvo o nada.
Los secretos van envueltos entre capas de silencio, entre amenazas, entre complejos de culpa, entre responsabilidades por su ocultación. Conservarlos al vacío, sin que entre una mirada ni un ojo auscultador entre bastidores, conlleva máximo sigilo. De ahí que refiera su peso moral.
Los secretos implican casi siempre algo prohibido, algo peligroso de conocer por los demás, en algunos casos algo sórdido, en los menos conllevan un porcentaje de sorpresa. Poca gente guarda para sí un secreto, sino que lo comparte, como quien reparte la masa de un objeto a transportar.
Hay profesionales que viven de fabricar secretos; los hay que viven de conservarlos; los hay que viven de desvelarlos…A muchos de éstos se les presupone, si no la buena fe, sí al menos la discreción. De otros no se puede esperar más que se guarden algo para sí por mera salvaguarda. Pero no todo mortal está preparado para llevar a sus espaldas semejante carga.
Se habla del secreto de confesión religiosa, del secreto bancario, del secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros, del secreto del testimonio entre abogado y cliente, del secreto entre médico y paciente, del secreto industrial… En todos los casos descritos, como buen acto que es de comunicación, hay una parte que emite y otra que recibe; pero al receptor se le exige bajo contrato real o ético que oculte cuanto ha conocido por dicho procedimiento.
Partes consustanciales del secreto son la confianza y la confidencia, pues para depositarlo en un tercero, éste debe garantizar su correcta administración. Muchas decisiones estratégicas dependen del secreto, pues el proceso de decisiones no siempre es breve y en su interludio, una filtración, puede ser fatal para los intereses afectados.
Lamentablemente hablamos de secretos a voces cuando es vox populi algo oculto, cuyo recorrido se ha extendido como la pólvora, bien por una indiscreción o bien por una pequeña fuga de lenguas bífidas deseosas de orearlos como trapos sucios por la ventana, a sabiendas de que su divulgación “traerá cola” y generará mucho y no siempre bueno.
Con la retaguardia al descubierto
Pero la revelación de secretos, como acto casi místico si no mágico, al margen de dejar al revelado con la retaguardia al descubierto, implica la ausencia total o parcial de esterilización o asepsia, necesarias en su presunto resguardo, pues sus cancerberos, o bien no han sido lo suficientemente prudentes para guardarlos, o bien han querido ajustar cuentas con quienes se los han confiado.
Al final, en unos casos o en otros, hay que frenar sus efectos con una acción que contrarreste el impacto de su conocimiento público, pues sus repercusiones pueden ser malas, peores o pésimas, sobre todo si el secreto es de alto voltaje y su extensión puede desencadenar infinitas consecuencias.
Ayer domingo 28 de noviembre, por la noche, la página web Wikileaks volvía a abrir la caja de los truenos de Pandora para desvelar toda la estrategia diplomática de los EEUU y las valoraciones de sus cancilleres sobre todo representante extranjero más o menos controvertido, mostrando el estilo yanquee y su modo de entender al resto del mundo.
Pero lo mejor del caso es que no ha sido la piedra roseta de los cables diplomáticos, ni dos, ni tres de éstos… ¡Noooo, ni mucho menos! Han sido 251.287 los mensajes filtrados por algo o alguien a la denostada página Wikileaks, mera intermediaria de toda esta historia que, a su vez, los ha repartido a los diarios New York Times, Der Spiegel, El País, Le Monde y The Guardian, que mantienen “haber trabajado en la selección y valoración de los contenidos que a su vez propalarán, que pueden no ser coincidentes”.
Pese a que nuestro país no está aparentemente entre los “controvertidos”, se han deslizado 3.620 cables editados por la embajada en de la capital. El papel geo-estratégico de nuestro país afecta a las decisiones e intereses del gigante americano, hasta el punto de presionar a jueces y políticos en pos de favores o medidas complacientes. Me queda la duda sobre cómo administrarán los medios agraciados semejante “gordo” de la lotería, pues su difusión interesada puede “desconfigurar” sistemas propios y ajenos.
A todos se nos ha escapado alguna vez un secreto, por un desliz o simplemente porque el peso nos podía, pero hablamos de un gran tonelaje que ni remotamente puede ser resultado de un descuido. Como tampoco los fueron los precedentes de idénticas filtraciones, referidas a los frentes bélicos estadounidenses en Irak y Afganistán.
Reflexionando sobre el particular he recordado el nombre del General Stanley McChristal, apartado del servicio activo norteamericano por ciertas declaraciones grandilocuentes el verano pasado a la revista Rolling Stone, ¿quién sabe si no residían en él tamaños rencores hasta el punto de dañar gravemente la integridad de su país?
Sólo es una idea pero, considerando que en EEUU hay 16 agencias encargadas de velar por los secretos, y luego pasa lo que pasa…, quizá no fuera tan descabellado pensar que alguien con sus galones y su acceso quisiera ajustarle cuentas al presidente Obama por una degradación que él debió considerar injusta, pues se limitó a cuestionar la estrategia USA en Afganistán.
En nuestra piel de toro, salvando las distancias y la escala ya lo hicieron pero, más allá de la cutrez de unos besos entre particulares y unos cotilleos de alcoba, de poco más nos enteramos en aras a la presunta seguridad nacional. Sin embargo, el formato fascicular por el que optó el medio editor para suministrar lo filtrado, llevó a uno de los más grandes del periodismo patrio, muy crítico entonces, a decir que “mejor una vez colorado que ciento amarillo”. No sé si lo repetiría hoy.
Este filtrado masivo a buen seguro que toca la fibra sensible de muchos afectados. Aquí, por de pronto, ha logrado oscurecer la victoria de Mas en Cataluña que, por otro lado, era un secreto a voces.