JUAN MANUEL VIDAL, sociólogo y periodista
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, en sus primeras acepciones, se entiende por héroe aquel varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes; o bien, el que lleva a cabo una acción heroica. Más rimbombantes son las definiciones que apelan al sentido histórico, como esa que abarca hasta los antiguos paganos, según la cual héroe es el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios.
Francamente, de los terceros, no creo que pueda hallarse testimonio, salvo que nuestra generosidad acepte por tales a mitos del deporte como Nadal, Casillas o Pau Gasol por tocar la fibra patria, y a Messi, Kobe Bryant y Federer por ampliarlo al extrarradio, pero me da que no. Ahora, de las dos primeras citadas, ya es otro cantar muy prolijo.
Recientemente me llamaron la atención las declaraciones de un ejemplar hispanista, Henry Kamen, profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Barcelona y miembro de la Royal Historical Society de Londres, según las cuales “España no es un país, no tiene ni un sólo héroe reconocido”, realizadas casualmente con motivo de la presentación de su nuevo libro «Poder y Gloria. Los héroes de la España Imperial».
Kamen indaga en la vida y obra de una decena de “héroes”, personajes que adquirieron un rol protagonista los siglos XVI y XVII del Imperio Español. Ellos son Hernán Cortés; Francisco Pizarro; Carlos V; el Duque de Alba; Don Juan de Austria; Alejandro Farnesio; Ambrogio Spinola; Fernando de Austria y el Duque de Berwick.
Los diez fueron hombres de armas, algunos incluso extranjeros, y sus hazañas y gloria traspasaron fronteras, pues recordemos que “in ille tempore” no se ponía el sol en nuestros dominios por todo lo largo y ancho del orbe. Algunos de los citados como tales cayeron en el olvido o sus méritos no fueron reconocidos en la época.
Naturalmente sólo es el testimonio de un historiador que, a todos los efectos, juega el papel de cronista o periodista del pasado, y su labor de investigación alcanza hasta donde lo hacen los documentos escritos, tras un riguroso contraste, para así evitar caer en la pseudo histórica recreación ficticia o en la ficción pura y dura.
Pero una vez más, contraviniendo ese dicho tan periodístico, la realidad viene a estropear un buen artículo. Hace unos pocos días un joven policía nacional de paisano salvó la vida de un pasajero que, tras un mareo, había caído a la vía en una estación del Metro de Madrid. Se dio la fatal circunstancia de que el convoy entraba en esos mismos instantes. Gracias a la sangre fría y la fortaleza de ánimo del agente, el viandante pudo salir con vida, pues yacía inerte sobre los rieles.
El policía ha querido permanecer en el anonimato y ha sido oportunamente condecorado con la medalla al valor de la Comunidad de Madrid por su acto heroico, entrando a engrosar una larga lista de héroes anónimos que seguro pasaría desapercibida para nuestro egregio historiador, porque no desean la fama ni la gloria, como a buen seguro muchos, que digo muchos, muchísimos, patriotas hicieron en el pasado sin quedar trascendencia de sus actos.
Como quiera que soy y me siento cronista de mi tiempo, describidor de la vida cotidiana, contador de historias reales y en definitiva periodista, no puedo sino tener presentes a tantas heroínas y a tantos héroes que jalonan nuestra vida cotidiana sin que nada ni nadie premie sus funciones y sin l@s cuales muchas desgracias se cernirían sobre nuestras colectivas cabezas.
Cuántas madres y cuántos padres coraje; cuántos hijos y hermanos llenos de valor; cuantas personas que cuidan a seres dependientes; cuántos agentes del orden; cuántos soldados; cuántos bomberos; cuántos socorristas; cuántos profesionales sanitarios; cuánto valeros@s anónim@s sin oficio ni beneficio… En definitiva, cuánta buena gente hay por el mundo dispuesta a hacer lo que fuere por quienes no conocen, arriesgando su propia vida y, en algunos casos desgraciados, hasta perderla, por de los demás…qué decir del voluntariado altruista y anónimo…
Sus nombres no figurarán en placas, ni lucirán en lo alto de edificios, ni conformarán las agendas de aquellos a quienes salvaron, porque no les movió otro interés que ayudar a sus semejantes, pero sobre todo no serán considerados por los futuros historiadores en la lista de héroes a la hora de escribir la crónica del tiempo presente, porque prefirieron guardar recato y discreción.
Me limitaré a citar el hecho solidario en sí de las familias como entramado heroico y solidario, del vecindario donde la fuerza juvenil es muleta de la senilidad, y del comercio local que rebaja a las familias numerosas y a quienes cayeron en el marasmo del no empleo, al que bonifica a pensionistas… quiero reivindicar un modelo de convivencia próxima y solidaria…
Siempre escribo a tumba abierta porque soy un mero cronista de lo que acaece. Hace mucho, leí a un viejo periodista decir que nuestra profesión “tenía por labor la de ser meros espejos en el camino, reflejar cuanto sucede”. Decir que “España no es un país, -porque- no tiene ni un sólo héroe reconocido” es ignorar a personajes épicos como María Pita, Juan Martín Díaz, el Empecinado o Manuela Malasaña, y no mentarlos podría deberse a un olvido intencionado.
Héroe o heroína para mi es aquella persona que acude a tu encuentro cuando mas le necesitas aunque no esté en juego la vida misma. Sin embargo, yo prefiero llamarles amig@s. Permítanme que termine citando el inolvidable pasaje final de “Qué bello es vivir”, de Frank Capra (1946), cuando el protagonista, George Bailey, regresa a casa, tras ser salvado in extremis por el ángel Clarence y, tras una emotiva recaudación popular de todos los vecinos que se ha reunido a su alrededor, abre una edición de “Las aventuras de Tom Sawyer”, en cuya primera página puede leerse la dedicatoria “recuerda que nunca fracasará un hombre que tenga amigos. Gracias por las alas“. Pues eso.