JUAN MANUEL VIDAL , sociólogo y periodista
A mi amigo Javier Manzano
Aún conservo en la memoria los recuerdos de la antigua estación madrileña del Príncipe Pío que, a finales de los 70, permaneció clausurada durante años para ordenar el mapa viario de la villa. No puedo olvidar los paseos dominicales con mi padre y mis hermanos por entre las vías muertas, saltando las traviesas y escalando a la panza metálica de aquellas viejas locomotoras, corroídas por el óxido del tiempo. Aún siento el hollín ensuciándonos las manos y…cómo en un lavabo próximo, también desierto, apenas había agua y unos olvidados ladrillos hacían las veces de jabón para arrancarnos la herrumbre…y casi la piel!
Pasados los años, aquella vieja estación volvió a abrir, pero limitada a un tráfico casi residual hacia el oeste de la península. Por entonces, no había muchos recursos para viajar tan alegremente, pero hubo que ir a Salamanca a liquidar un asunto de herencia. Yo era muy pequeño, pero ni mi madre ni yo olvidaremos nunca un viaje que se hizo eterno por mor del condenado tren correo: 9 horas con sus medias para un trayecto que hoy en coche se cubre en noventa minutos. Fuimos parando en todas las estaciones, cual penitencia de Pascua ¡Creí que no llegábamos nunca!
Luego sí, ya adolescente, volví a tomar varios trenes y sus viajes fueron sumamente placenteros, hasta el punto que me han llevado a contarles mi visión de la vida “como un viaje en tren”, porque entiendo el tren como metáfora de la propia vida: Nacemos en la estación de partida y a lo largo de los años, recorremos un largo periplo que nos lleva por estaciones intermedias hasta llegar a nuestro destino.
Cada uno salimos de un lugar, que puede o no coincidir en tiempo y espacio, y llegamos al final de la vía, que casi nunca es coincidente. No todos tomamos los mismos trenes, porque no todos disponemos de los mismos recursos, ni tenemos la misma prisa. Hay personas que nos acompañan a lo largo de nuestro recorrido y, según el vínculo, los llamamos familia, pareja, amigos, compañeros, socios, espos@s, conocidos, rivales…
No todos nos siguen de punta a cabo. Los hay que se suben para un trecho; los hay que compran para casi todo el recorrido; los hay que pasan desapercibidos porque ni siquiera se sientan cerca; los hay que nos alegran la existencia con su presencia frente a los que nos amargan; los hay locuaces frente a los aburridos; los hay simpáticos frente a los sosos…
Algunos pierden el tren que sólo pasa una vez porque no quisieron arriesgar; los hay que se suben en el tren equivocado; los hay que se bajan en marcha; los hay que piden permiso para acompañarnos y buscan nuestra confianza; los hay que la obtienen frente a los que acabamos desenganchando por engaño; los hay con quien compartiríamos toda la travesía frente a los polizones que terminamos por evacuar…
Los hay que llegan perfectamente, sin novedad; los hay que descarrilan; los hay que tiene averías y deben parar hasta que venga el técnico; los hay de cercanía que nos traen y llevan cada día, y los hay de lejanía, que se pierden en el horizonte; los hay modernos, de alta velocidad, que no corren sino vuelan; los hay antiguos que no quieren prisas…; los hay ligeros en Japón y sobrecargados en la India; los hay de fresas, o sea, nobles, y los hubo desde las minas, léase, obreros…que ya nunca volverán a trotar…
Hay paisajes que vemos desde el tren, estampas de desearíamos volver a contemplar una y mil veces, y otras que ojalá no hubiéramos visto o al menos no volviéramos a ver jamás; los hay que entran en túneles y de ellos tardan en salir porque no encuentran la luz, frente a los que apenas los atraviesan sin pausa…
Y en su recorrido por todo lo largo y ancho de la vía, se han vivido y se viven amores y odios; amistades y rencores; sensaciones y sinsabores; se ha reído y se ha llorado; se han compartido vivencias y experiencias…mientras el traqueteo de la vida nos va agitando y removiendo los recuerdos hasta ponerlos cada uno en su lugar…
Decimos de alguien que nos gusta que está como un tren; esperamos ser la locomotora de nuestra familia, de nuestra empresa, tirando siempre de los demás o dejándonos llevar; los hay de mercancías que quieren llevarlo todo consigo; los hay express que quieren todo para ayer; los hay correo que están en todo y deben llegar a todos; los hay de carga peligrosa que mejor tenerlo lejos; los hay más cortos que las mangas de un chaleco y los hay largos y pesados como días sin fin…
Los sonidos forman parte intrínseca del mundo ferroviario, como aquella voz inolvidable del revisor y su “¡viajeros al treeeeeeeen!” ya extinguida; el “chaca-ca” del convoy según pisaba las traviesas mas livianas; el agudo pitido que avisaba de su salida o su llegada; y qué decir del viento que, desde los compartimentos y a oídos de un infante, era más que nunca, el aire en movimiento…Pero hoy, todo aquello pasó…
Concluyendo el periplo sensorial no se me escapan de la memoria olfativa la amplia gama de olores que deparaba el tren. Aún está impregnada mi nariz de esencias que retrotraían una y mil veces a las estaciones, como la carbonilla que rezumaba en el ambiente; la grasa para lubricar los ejes; el denso calor humano; los sucios calcetines del vecino en el coche cama; donde también cantaba la lavanda en las sabanas recién puestas; y en casi todos, los aromas de los platos que se guisaban en restaurante…Ah, y el frío, porque el frío también huele y, aunque no fuera patrimonio exclusivo de las estaciones, siempre iba empapado de un perfume singular…
Luego están las estaciones, ¡ayyy, las estaciones!: puntos de encuentro, reencuentro y/o desencuentro; auténticos nudos de comunicaciones físicas, que actúan como verdaderos nodos de transmisión en esta tupida red social que es la vida; de ellas partimos y a ellas llegamos; en ellas nos esperan y esperamos; teatro de los sueños donde abrimos o cerramos los brazos; donde brotan nuestras risas o se derraman nuestras lágrimas; en ellas comienzan nuestros sueños o se confirman nuestras pesadillas; a ellas queremos arribar o bien dejar su estela atrás…
Faltaría a la verdad si dijera que mi infancia son los recuerdos de una vieja estación, donde brotaban las flores y se desbordaba la hojarasca entre los rieles, pero traicionaría a mi memoria si no conservara intactas aquellas sensaciones que un día… mancharon mis manos de herrumbre.