Ya no se les venera como antaño y eso ha dado paso a cambios sociales que se manifiestan incluso en las estadísticas sobre el índice de delincuencia: el 25% de los detenidos el año pasado por robar en Japón tenía más de 65 años, lo que deja cinco veces más delincuentes jubilados que hace un cuarto de siglo. Una sociedad individualista que se ha olvidado de la tradición en la que los abuelos pasaban los últimos años de su vida a cargo de familiares próximos parece ser la culpable.
Los ancianos japoneses viven solos y en muchas ocasiones en una situación económica precaria, lo que les empuja a cometer cada vez con más frecuencia pequeños robos, sobre todo comida y cosméticos valorados en menos de 50 euros. Aunque, para sorpresa de las autoridades, la mayoría se deja atrapar con las manos en la masa: en la cárcel los mantienen, viven con más gente, hacen amigos e incluso tienen tareas que les obliga a llevar una rutina diaria que fuera no encuentran.
El aumento de la población reclusa de la tercera edad ha sido tan grande que Japón ha decidido adecuar las instalaciones de algunas prisiones y transformarlas en instituciones parecidas a residencias de ancianos.