JUAN MANUEL VIDAL */ No lo entendí entonces y sigo sin entenderlo ahora. No entendí la invasión aliada de Irak, ni con el padre ni con su inútil vástago; y, por más razones que esgriman ahora, tampoco acierto a entender la invasión de Libia. En ambos casos estamos ante estados islámicos gobernados por déspotas, señores de la guerra que durante muchos años fueron aliados estratégicos y, por tanto, tolerados y amparados por los gobiernos democráticos de Occidente.
Sin embargo, por razones que solo puede entender quien agitó las conciencias sociales del arco sur mediterráneo, ahora esos viejos camaradas son malos y represores, cuando su carrera sangrienta y hedionda está salpimentada de crímenes contra la oposición y de corrupción ¿Es que antaño eran buenos amigos y fieles aliados cuando las vacas estaban gordas y ahora que nos faltan recursos naturales despertamos de nuestro letargo inducido para castigarles como se merecen?
El famoso aforismo de Cordel Hull, secretario de Estado de Roosevelt, cuando definió al dictador nicaragüense Anastasio Somoza como “un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta” parece estar de nuevo en boga, pues todo indica que han dejado de ser nuestros Ben Alí, Mubarak, Gadafi y han perdido el respaldo que antes obviaba sus aberraciones de manera intencionada por un quítame allá ese petróleo.
Se decía desde plataformas independientes que Túnez, Libia, Marruecos, Siria, Egipto, etc., llevaban a cabo políticas represoras de toda forma de oposición al poder totalitario de sus jerarcas. Pero la verdad es que esta realidad no podía estropear una buena foto de los líderes occidentales para obtener ventajas en petróleo y derivados.
Se hacían oídos sordos, se miraba para otro lado, se tapaban la nariz y ora contrato gasista, ora contrato de armas, se avanzaba sin parar lo pies a estos caciques. Si no, cómo se puede entender que del 17 al 19 de diciembre de 2007 Gadafi visitase por primera vez España en 38 años de dictadura (con haima y harén incluido en el Pardo) y del 23 al 25 de enero de 2009 el Rey de España, ejemplo de demócrata, girase visita de dos días al país libio, dictador inclusive. Quizá miles de millones en contratos tuvieran la culpa. Para que luego hablen de los “diamantes de sangre”…
Ahora que la popularidad del nuevo eje de las Azores, léase Obama, Sarkozy, Cameron y Zapatero, está por los suelos y los 4 se huelen el descenso a los infiernos electorales, casualmente los cuatro amparan intervenciones militares urgentes de la Coalición Internacional para evitar que prosigan las masacres a civiles, arguyendo la resolución de 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU.
¿Acaso no era la misma excusa que se empleaba cuando se invadió Irak? Entonces se nos mintió descaradamente sobre la posesión de armas de destrucción masiva, que luego resultó ser falsa. Ahora esgrimen que la operación Amanecer de la Odisea, que ya solo el nombre se las trae, tiene el respaldo de la ONU como parapeto para evitar las odiosas comparaciones, como si los bombardeos aliados fueran quirúrgicos y evitaran los miles de “daños colaterales”.
¿No llama a nadie la atención que Alemania, en pleno ciclo de recuperación económica, haya confirmado que no participará en ninguna acción militar contra Gadafi? Merkel ha indicado que “estamos unidos en la posición de que la guerra debe terminar y la resolución debe ser respetada”, pero que no participarían en la acción militar. Sin embargo, pese a su abstención, Alemania apoya la resolución del Consejo de Seguridad y permite que las fuerzas de Estados Unidos empleen sus bases para las operaciones militares. Comprometida es la de Italia, dados los estrechos vínculos de ambos mandatarios incluso en su vertiente audiovisual.
Por si todo lo anterior fuera poco, llega el toque “de la Guerra de Gila”: descoordinación de la coalición internacional, que provoca ya dudas sobre la operación militar en Libia. Por un lado Gran Bretaña y Estados Unidos no acuerdan si Gadafi es objetivo militar o no; por otro Noruega, Francia e Italia señalan su preocupación ante una actuación de diferentes velocidades entre sus miembros; y finalmente, el capo de toda la paródica guerra Gilista, el presidente de EE UU, Barack Obama, dice desde Chile que piensa pasar la patata caliente del mando de la operación al resto de países en unos cuantos días, para así lavarse las manos.
Menos me extraña la posición de Rusia. Para su primer ministro, Vladimir Putin, “si se lee el contenido de la resolución, esta es defectuosa y errónea y queda absolutamente claro que permite a todos adoptar cualquier acción contra un Estado soberano. Se asemeja a las llamadas de las cruzadas medievales”. Rusia quedaría como gran proveedor de gas ante un Magreb inestable. China secunda esta posición pero por identidad ideológica, es decir, la contraria a todo pensamiento democrático de derechos y libertades, o sea, como Libia.
La Liga Árabe ya criticó en primera instancia el desvío del objetivo de la Coalición, que era imponer la zona de exclusión aérea, para luego aceptar que lo prioritario era proteger a la población civil bajo cualquier circunstancia, conforme a la ya citada resolución de 1973.
El congresista de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, ha vuelto a meter el dedo en la llaga al acusar al Gobierno de “haberse cargado” el «No a la guerra» con su decisión de participar en la intervención militar en Libia, sobre la que ha comentado que no tiene “nada que ver con la defensa de los Derechos Humanos ni de la democracia, sino que se trata de una intervención geoestratégica y de intereses”.
Sólo me queda una duda y es ¿qué posición adoptarán ahora los miembros del bunker artístico que respaldaron la negativa zapateril de antaño? ¿mirando al frente y denunciando esta actuación interesada o mirando a Cuenca? ¿Qué dirán ahora los Forges, Alberto San Juan, Pilar Bardem, Juan Echanove, Álvaro de Luna, etc.? Sería divertido ver en la misma “manifa” a estos próceres de la escena junto a la Cospedal, la Santamaría, la Trinidad y la Salgado…
Por de pronto la carcundia mediática ya se ha dedicado a desplazar la carga de la culpa al egregio presidente español en vez de mirar a París, cuando entonces miraba a la Azores y hablaba de misiones por designación casi divina, elevando en un pedestal al olvidable Aznar.
Quizá en adelante nos demos cuenta de que el «No a la guerra» se refería a la otra guerra, porque en ésta parece que lo que se juega ZP es su última baza electoral, esa que evitará la catástrofe que todas las encuestas le auguran, como si las bazas internacionales tuvieran repercusión directa en nuestras conciencias locales y regionales.
El cinismo pretende enmascarar lo evidente, que es seguir preservando los intereses económicos de multinacionales con el pretexto de defender a pueblos colectivamente incultos. Ahora se trata del negocio de la reconstrucción, del rearme y de garantizar el comercio de combustible fósil, cada vez más escaso. Un Islam unido por lengua, historia e interés común sería una potencia emergente para la que otros agentes no están aún preparados.
*Juan Manuel Vidal es sociólogo y periodista
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