JOSÉ MANUEL PENA/ A Juan Pablo II le gustaba decir “no tengais miedo”; quizás este mensaje esté hoy mucho más vigente que nunca y los creyentes seamos capaces de reconocer, sin temor y públicamente, que lo somos con total orgullo y humildad.
Si Jesucristo viviese en nuestros días desde luego que no sería ni del Partido Socialista ni del Partido Popular. Sus sermones y enseñanzas iban más allá de los meros dogmas y quizás acampase en la Puerta del Sol para mostrar su indignación contra las injusticias sociales, la banca, los políticos y la sociedad mediatizada que se resigna a las directrices de los poderosos, sin rebelarse.
Fue él quien dijo, entre otras cosas: “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”; “no juzgueis para no ser juzgados”; “amar al prójimo como a uno mismo”… . Tras su muerte, nos encontramos en los relatos de los apóstoles, con que un grupo de creyentes, siguiendo sus enseñanzas, pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseían, sino que tenían en común todas las cosas. Estos actos de solidaridad, humildad y altruismo acontecían hace algo más de dos milenios.
Los cristianos sabemos que la oración es la expresión del diálogo entre el hombre y Dios. A través de ella logramos encauzar experiencias y sentimientos espontáneos de lamento, súplica, confianza, arrepentimiento, gratitud, alabanza, admiración… . Por eso es muy importante orad a menudo y leer las Sagradas Escrituras, sin temor, para convertirnos en mejores cristianos, respetando siempre a los demás y exigiendo el mismo respeto para todas las personas, sean o no creyentes. No somos peores ni mejores, únicamente somos herederos de una tradición milenaria y descendientes de los mensajes y vivencias contenidas en el libro más leído del mundo: la Biblia.